“Puedo ir a verte?” 23:44 pm de un jueves. Inmediatamente una sonrisa
se me dibujó en la cara. Oh, mi Cincuenta, cómo tenes tanto poder sobre
mí? Me empujé con el escritorio, y la silla de oficina en la que estaba
sentada giró varias veces en la mitad de mi cuarto, mientras yo me
abrazaba a mí misma. Cómo puede este hombre con tan solo cuatro palabras
cambiarme el humor de esa manera? La imagen era perfecta: él con deseos
de verme, yo con deseos de poseerlo. Me cambié rápidamente dando
saltitos por la casa; si iba a verlo, tenía que estar perfecta para él.
-Podes venir a verme, obvio- le contesté lo más veloz que me permitieron mis dedos.
-O preferís que hablemos por eme?-
-No, la vida real me gusta más-
In
fact, la vida real me gustaba muchísimo más. Necesitaba verlo, sentir
su calor. Una punzada de culpa se me instaló en el estómago, por todas
las cosas que había estado pensando aquella tarde. ‘Tenes la receta
justa para ponerme de mal humor.’ ‘Entre el calor y tus boludeos
constantes hacia mí, me sacaron el humor del día’. ‘Hay algunas personas
que sí quieren pasar su tiempo conmigo’, algunos de mis pensamientos
horas atrás. Pero no iba a dejar que mis delirios arruinasen el momento.
Ese hombre me quería, me deseaba, buscaba mi compañía; y ahí estaba yo,
dispuesta a complacerlo.
Sonó la bocina del auto, y
bajé, triunfante, para encontrarme con lo que en ese momento parecía mi
salvador. Nos subimos al auto, pero no sin antes abrazarnos; teníamos
tiempo de sobra. Dimos vueltas sin rumbo un largo rato, hasta estacionar
cerca de un bar. Nos comenzamos a besar, impacientes. La tensión, el
deseo; se sentían en el aire, pesado en mis pulmones.
-Ay nena,
ahora como me bajo del auto?- Amo cuando me llama así. Besé su cuello,
sugerente. Cuánto más podríamos esperar? Nos miramos, ansiosos; con
nuestra piel, explotando. Me preguntó la hora, a lo que contesté que
todavía era temprano; y arrancó, a toda prisa. No podía pensar
claramente, se lo veía nervioso. Me limité a observarlo; a contemplar a
la persona que estaba junto a mí. Movía la cabeza frenéticamente; sus
brazos, fuertes y rígidos, sostenían el manubrio enérgicamente;
pestañeaba más seguido de lo que necesitaba. De tanto en tanto, nuestras
miradas se encontraban, a lo que yo me sonrojaba y sonreía.
Qué
había hecho conmigo? Cómo fue que en pocas semanas pasó de ser nada a
serlo todo? Por qué me era imposible dejar de pensarlo? La sola idea de
imaginármelo subiendo a un avión por dos semanas y media hacía que se me
revuelva el estómago. Cómo podría sobrevivir sin él tanto tiempo? Tan
sólo recordar que estaba volviendo a Alemania por una promesa, me hacía
poner mala cara. Qué clase de promesa estaba cumpliendo? Quién lo
estaría esperando allá? Por qué había insistido tanto en viajar a ese
país? Acordarme de ese tema sólo me ponía de mal humor, así que lo
descarté de mi mente.
Llegamos a destino; estacionando el
auto en un apartado oscuro, rodeado de vegetación. Apareció el mozo,
pedimos unas bebidas, y se retiró. Sin esperar, me agarró por la cintura
y me sentó sobre sus piernas. Es tan fuerte, tan controlador a veces;
mi piel reclamaba su tacto. No había tiempo que perder. Tiempo, algo muy
preciado por mí en este momento; ese tiempo que siempre me hace falta
cuando estoy con él.
Nos sorprendió el mozo; pero ya no tenía
vergüenza, sobre él yo estaba en casa. Cómo no sentirme así? Ahí me
encontraba yo, sentada arriba del hombre que había estado en mi mente
las últimas semanas, aquel hombre que puede desarmarme con la mirada.
Quién hubiera dicho que alguna vez iba a tenerlo así, vulnerable, para
mí sola? Y de repente mi subconsciente se acordó de su viaje a Alemania,
y su promesa; y me miró con cara de desaprobación. La sangre me hirvió
de celos, aunque mi rostro se encontraba inexpresivo ante semejante
recuerdo.
Intercambiamos un par de palabras, y antes de
que pudiera tomar siquiera la mitad de mi trago, él ya se encontraba
encima de mí; o quizás era yo la que estaba sobre él. Transpiramos cada
gota del deseo que alguna vez fue, y que todavía es. Y recostada sobre
su pecho, en mi hogar, le confesé que lo quería. Su expresión cambió, y
en su mirada apareció un rastro de dolor. Era dolor? O incomodidad?
Acaso me equivoqué al decirle eso? Él cerró los ojos, inspiró
profundamente con su nariz en mi pelo y respondió: -Yo también te
quiero- mientras mi corazón daba un vuelco. Creo que no puedo recordar
la última vez que sentí eso; o tal vez sí, pero es un nombre que no
quisiera mencionar.
Cómo no podría querer a mi Cincuenta? Aún con
su misterio y su pasado, y sus idas y vueltas, mis ilusiones por él
eran interminables. Cómo rechazar esos sentimientos? Mi subconsciente me
mira serio, ya sabe como termina esta historia; pero a mí no me
importa, daría mi corazón por este hombre.
-Prometí que me iba a portar bien- pudo decir al fin entre jadeos, inclinando la cabeza hacia atrás.
-A quién se lo prometiste?- susurré en su oído, mientras mordía lentamente su cuello.
-A mí mismo- respondió con dureza –ya te dije, no puedo parar de pensar-
Me
incorporé para escrutar su rostro, que se colmó con una mezcla de
nostalgia y melancolía. Qué te habría pasado, mi precioso Cincuenta, en
un tiempo no muy lejano, para que dejes de querer de esa manera? En qué
relación estabas metido para terminar así? Quién fue aquella capaz de
retener tu corazón? Por quién se te oscurece el alma de tristeza? Quién
te ha quitado la capacidad de querer libremente?
Mi mente se
nubló de preguntas y, por un segundo, quise escapar corriendo de allí.
Nos quedamos en silencio algunos minutos; yo intentando descifrar su
pasado, él, olvidarlo…
Lo miré fijamente, como haciéndole
saber que sería mío, y de nadie más; que me pertenecía, así como yo a
él. Pero sus ojos rechazaron los míos, en busca de libertad. Aquel
hombre todavía estaba enamorado, y no había nada que yo pudiera hacer.
–Me gustas tanto, hace mucho tiempo que no siento esto por alguien-
musitó mientras acariciaba mi cuerpo. Suspiré; al mismo tiempo que mi
subconsciente pateaba las paredes. Mucho tiempo? Algo así? Qué quería
decir con eso? Es tan contradictorio todo el tiempo que me cuesta
seguirle el paso. Más razones para quererlo. Me limité a sonreír, y a
observar a mi Cincuenta revelando una de sus sombras.
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